Nos despedimos de San Juan de Luz con nubes grises que dejaban sobre sus casas una pátina que hacía más visible ese aire decadente que enamora a los más nostálgicos.
Impregnados de principios del siglo xx, nos encaminamos a la segunda etapa de nuestro tour. Íbamos con recuerdos de balneario, y pensé que tendría glamour desayunar en Biarritz, como la mismísima emperatriz Eugenia de Montijo.
Atasco, lluvia… se nos pasó Biarritz. Terminamos en un bar de carretera con un café y un croissant plastificado que nos costó 10 euros, eso sí, rodeados de dos operarios, uno pasando la aspiradora y otro colocando una televisión, tan poco diestro que se le escapó un arnés y aterrizó en nuestro zumo de pomelo (augurio de ardores). A las diez de la mañana: glamour enterrado. Finiquitado. Desaparecido.
Mientras escuchábamos en el coche Cadena 100—sí, Cadena 100—atravesamos la zona de Las Landas. Maravilloso. Mirar y respirar verde. Tras los cristales llueve y llueve y si sale el sol es porque nos tomamos un segundo café en uno de los pueblos con mas encanto de toda la zona: Lit et Mixe. Su iglesia, su mercadilllo, sus casas que parecen dibujadas (mitad vascas, mitad francesas), su estafeta y su glamour francés. Como nosotros mismos, que somos mochileros pero en un Infiniti y con sandalias de Michael Kors.
He vuelto a creer en el viaje de riesgo moderado. Sí, he vuelto a vivir lo imaginado y más cuando hemos llegado a la duna más grande de Europa, la Duna de Pylat: 60 millones cúbicos de arena en 87 hectáreas.
Subir, bajar, bañarte en el Atlántico, subir, pensar que ya no puedes ,que 2’7 kilómetros lineal en costa es mucho para la segunda edad… pero cuando ves el azul fundiéndose con el dorado de la arena descubres que el glamour de verdad está ahí, delante de tus ojos.