Etapa 10: Collioure ya no es triste

Salimos de las Aguas Termales Vichy en Juvignac para recorrer la última etapa en Francia.

Antes de pasar a España teníamos que hacer dos cosas. La primera, cruzar por un puente-viaducto de dos kilómetros sobre el río Tarn, que descongestiona la ciudad en verano y es paso obligado de parisinos, bretones y normandos que buscan el calor y las aguas del Mediterráneo en la Costa Azul.

Por supuesto, otra obligada visita de nuestro Tour personal antes de abandonar Francia era Collioure.

Siempre pensé que Collioure era un pueblo triste, gris… era más la imagen de los últimos días de Antonio Machado que lo que iba a conocer. En mi imaginación toda la tristeza del poeta que deja su patria, toda la pena de una guerra se me dibujaba en aquel puertecito francés.

Después de pasar el puente, como pasamos todos, viendo el paisaje allá abajo y allá arriba, llegamos a Collioure. En cada curva, según avanzábamos, se nos presentaba a retazos un mar azul luminoso. Y en cuanto llegamos al pueblo, el bullicio,los turistas, las casas de colores y un bonito puerto, dieron al traste con lo preconcebido.

Aquello no era triste, aquello no era feo, era un pueblecito con su encanto, sus calles mas parecidas a una ibiza de hace muchos años o a cualquier puerto del Mediterraneo.

Caminando por sus cuestas quería meterme en la piel del poeta, de su familia, no era lo que estaba viendo, lo mismo que ellos verian, un mes de enero del 39, eso, ya lo hace diferente y si llegas con heridas en el alma ,lo cambia todo.
Aún así mirando los pequeños barcos del puerto, era facil imaginar que aquellos exiliados pensarian en la partida y en volver a España. Parados ante los niños jugando en la playa o sufriendo lo ruidosas que son las gaviotas, se hacía dificil cambiar el rumbo de la visita. A lo que habiamos ido era a ver la tumba de Machado y a homenajearle a nuestra manera.

Aunque ir a un cementerio no entra en muchos planes de visitas turísticas, el de Collioure sí. La gente va, deja su recuerdo, su homenaje a uno de los grandes. Y el cementerio sí que es triste. Y hasta las palabras escritas con piedras, las flores, las banderas, hasta la pulsera que alli había eran tan tristes como pensar que los hombres…. cuánto nos equivocamos y cuánto daño nos hacemos.

Lo último que vio Antonio Machado, fue el cielo de Collioure, nosotros lo último que hemos disfrutado de este tour en tierras francesas 2018, es el recuerdo primordialmente de, un hombre bueno y además del poeta preferido, de noches y años, de versos y alma. Por eso Collioure no es triste, ni lo será ya nunca, porque ya no es el sitio donde se fue, sino dónde dejó todo lo que era y él, era recuerdos de un patio de sevilla… donde nació y eso sí, que fue una suerte.

 

En Cotlliure

(Joan Manuel Serrat)

Soplaban vientos del sur
y el hombre emprendió viaje.
Su orgullo, un poco de fe
y un regusto amargo fue
su equipaje.

Miró hacia atrás y no vio
más que cadáveres sobre
unos campos sin color.
Su jardín sin una flor
y sus bosques sin un roble.

Y viejo,
y cansado,
a orillas del mar
bebióse sorbo a sorbo su pasado.

Profeta
ni mártir
quiso Antonio ser.
Y un poco de todo lo fue sin querer.

Una gruesa losa gris
vela el sueño del hermano.
La yerba crece a sus pies
y le da sombra un ciprés
en verano.

El jarrón que alguien llenó
de flores artificiales,
unos versos y un clavel
y unas ramas de laurel
son las prendas personales,

del viejo,
y cansado,
que a orillas del mar
bebióse sorbo a sorbo su pasado.

Profeta
ni mártir
quiso Antonio ser.
Y un poco de todo lo fue sin querer.

Etapa 7: de Normandia a Paris: ‘Operación Overlord’

Siempre hay un ‘día D’. En cada vida hay un momento, o incluso varios, que cambian tu destino. En Normandía, el 6 de junio de 1944, fue un ‘día D’ para todos. Empezaba la liberación de Francia de los nazis. En agosto llegaría la libertad a Paris. Y luego la de casi todos. Operación Overlord.

Un viaje largo y duro. Vidas perdidas y territorios ganados. Nuestro Tour tenía que recorrer esa etapa. Con la tranquilidad de unas vacaciones pero con el ojo puesto en la historia . Para que no se repita.

Llegamos a Normandia con nubes, un dia gris como pensamos que fue aquel. Antes de bajar a la playa vamos recibiendo la bienvenida de muchas banderas americanas y francesas en las casas típicas normandas que nos conducen al Museo Overlord. En la explanada, símbolos del ‘dia D’: carros de combate, niños subiéndose a los tanques, gente haciendo fotos… qué suerte que los tanques solo sirvan para hacerse fotos.

Muy cerca de allí un gran cementerio americano con miles de cruces blancas y estrellas de David. Desde allí por primera vez vemos la playa, desde lo alto, desde el acantilado. En lo alto un mapa eterno en el que explican quienes, cuándo y por dónde desembarcaron en la inmensa playa de Omaha. Mar y silencio. Sí, porque aunque hay turistas casi nadie habla o lo hace muy bajo. Parece que pesa lo que sucedió. Errores y horrores humanos. A su contra, la valentía, la juventud, las ganas de ayudar de cada uno que pisó aquella playa nos hace mirar con fuerza la linea del horizonte. Azul con azul. Tierra. Mar. Cielo. Y vida.

Bajamos a la playa porque habia que bañarse en esas aguas . Tendriamos que hacer nuestro propio ¡desembarco! Y… nos mojamos los pies solamente porque aunque te invada el patriotismo de la busqueda de la libertad, somos más del Mediterraneo y estaba el agua helada y empezaba a llover. La valentía es para otros momentos.

Así pues, carretera y mochila hacia París. Según íbamos acercándonos, se fue despejando el cielo: más luz, más calor, todo iba más rápido por la autopista, aunque con tanto peaje se frene un poco y parecía todo el mundo mas contento. Y es que llegábamos a la capital. Llegábamos con el Tour de Francia y como si fuéramos Indurain entraríamos por el Arco del Triunfo, con la misma fuerza.

¿Se sentirían así hace 74 años? ¿Felices pero con miedo? ¿Se darían cuenta lo que estaban haciendo por la liberté, égalité, fraternité? Llegaron a Paris. Nosotros también.

Etapa 5: ‘Le savoir faire’ francés… De Rennes al L’Hôtel Particulier Ascott

Sin haber leído nada sobre Rennes, cuando llegas y paseas por sus calles en cuadrícula diseñadas por Jaques Gabriel -padre del mismisimo Ange-Jacques Gabriel artífice de la Plaza de la Concordia de Paris- o cuando ves los edificios señoriales o las casas del siglo XV, de madera, con voladizos de colores, o cuando ves sus restaurantes o terrazas del centro histórico, o las tiendas… lo primero que te viene a la cabeza es: elegancia. O quizás es porque la restauraron y recuperaron lo mejor de la ciudad hace poco, o porque ves a una pareja que no pueden ser mas guapos y más elegantes y más franceses. El ‘savoir faire’, que dicen.

Por ello, lo mejor de Rennes es ir despacio y mirar, aunque haya obras en la catedral, aunque haga un calor infernal. Rennes es para contagiarse.
En plan contagio estábamos cuando oímos: «¡Anda, que estos son de mi pueblo!» Efectivamente, de Puertollano, provincia de Ciudad Real. Que estamos en todas partes, que estamos de moda. Unas fotos, unas alegrías, unas voces de las nuestras y a seguir paseando para asimilar el ‘savoir’ francés, que el manchego ya lo llevamos puesto.

Lo que tocaba era descubrir qué es el ‘savoir faire’ y lo descubrimos entre Rennes y un pequeño hotel de Saint-Malo, L’Hôtel Particulier Ascott 1890. Se lo recomendaríamos a España entera si nos leyeran. Si alguien dice que los hoteles franceses son malos es porque no han ido a los de cinco estrellas o a este o a otros muchos muy parecidos que me consta que hay por toda Francia.

Una pareja administra el hotel como su casa. Hasta el ultimo detalle ha sido buscado para que sus invitados se sientan bien. Decimos invitados porque tratan con la cortesía de principios del siglo pasado, vamos, como si fueras de veraneo a la casa de tu prima la Duquesa. Desde el caramelo de bienvenida a la amabilidad de quien te recibe; de las cortinas, al yogur del pueblo o al pastel recién hecho, de la arquitectura de la escalera a los suelos de madera o baldosines del siglo XIX todo ha sido escogido con mimo, para gustar, para que te sientas bien. El resultado: elegancia, y el ‘savoir faire’ francés en estado puro. Mira, ya lo hemos descubierto.

Etapa 4: volver siempre a La Rochelle

Si nunca has estudiado francés y eres de Ciudad Real, tienes un problemilla de pronunciación y un problemón para hacerte entender en Francia. Por ejemplo, te aprendes lo básico para pedir un café educadamente («Bon yur, si vuplé, un cafe olé») y el camarero te contesta directamente en inglés, a ver si hay mas suerte. Menos mal. Y con la suerte de que tu compañero de viaje lleva muchos tours y lo chapurrea decentemente.

El idioma no importa si lo primero que ves al llegar a La Rochelle es una enorme noria blanca, el sueño de tu niñez. Volar, cielo, horizonte, sin barreras, mar…. Era el vaticinio de que La Rochelle me iba encantar.

Un puerto con sus barcos de todos los tamaños, su muralla, con su faro, su torre inclinada (Tour Saint- Nicolas), su empedrado, sus puestos, sus cafés, sus helados… con todo lo que hay que tener para que te parezca un lugar donde podrías vivir, sin salir de allí.

Aunque la historia cuenta que salieron comerciantes, aventureros, dicen que incluso piratas que llegaron a Canada, México y hasta para descubrir las Islas Canarias de fueron y eso que crees que ya estaban descubiertas por nosotros mismos… y volvieron e hicieron un puerto floreciente.

Vamos, volvió hasta el primer francés, René Caillié, que viajó a Tombuctú y volvió vivo. Lo normal, volver a tu ciudad si lo que te espera son casas de aire marinero, de colores, de contraventanas de madera, calles y soportales animados y un café con todos los dorados del mundo que para eso es del siglo pasado, Café de la Paix.

Y de allí a Saint-Nazaire, con acantilados, playa, tranquilidad a mansalva para vivir sin enterarte de nada hasta que te elevas por el puente que cruza la desembocadura del Loira y que nos llevará a la Bretaña, que tantas ganas tenemos de visitar.

Mañana os contaremos.


Etapa 3: Burdeos

Siempre me gustaron los puentes. Lo unen todo. El Puente de Pierre de Burdeos une lo nuevo con lo de siempre: une razas , religiones, el patinador con el sin techo, el turista y el que va rápido a trabajar… y te lleva a entrar por un arco del triunfo, mas pequeño que el de París pero que la misma Leonor de Aquitania cruzaría orgullosa de su poder y el de los suyos después de siglos.

El vino, el de Burdeos, y el puerto, el de Burdeos. Algún inglés dirá que todo lo tienen gracias a ellos y a su rey Enrique II pero eso lo dejamos para la historia. Porque ahora Burdeos, entrando por ese arco, te lleva a una mezcolanza de culturas y tiempos.

La plaza Cuartier es buena muestra de ello. Preside la Basílica Saint-Michel y ese campanario gótico hexagonal del siglo XV de 114 metros que hace pequeño todo lo que esté su lado. En su falda , cafetines franceses e italianos, música española en un bar de pinchos en que te ofrecen hasta gazpacho «andalou » y sentados en los bancos musulmanes tomando la fresca. Todos juntos. Sin problemas. Serán los puentes.

En Burdeos hay que pasear por la ribera del Garona o surcarlo en uno de los barcos que hay en el muelle. No hay que perderse la Plaza de la Bolsa, la del Parlamento, la Plaza Saint-Pierre, la Puerta de Caliheu (paso para el Camino de Santiago), el Museo del Vino y todos los edificios del casco histórico que cuentan en cada piedra los siglos que pasaron. Aunque mi abuela diría que se necesita una mano de pintura o agua y jabón. Una restauración que se hizo en 2003 pero habrá que ampliar para que quede todo niquelado como nuestro Pórtico de la Gloria.

Salimos de Burdeos no por el puente de Pierre, porque es peatonal, sino por su hermano joven que están terminando de acicalar y que nos retrotrae al Madrid de Gallardón, todos buscando el tesoro pero que al final cuando se terminan las obras se encuentra el esplendor de una ciudad.

Camino a La Rochelle nos adentramos en viñas y chateaus… y durante kilómetros el paisaje es una viña, un chateau… cien mil vides, un petit chateau, trescientas mil vides, otro gran chateu… y de todo hay en el mundo de los chateaus: algunos impresionantes y otros más de andar por casa.

Se puede elegir., aunque nos quedamos con los pueblitos rodeados de girasoles, de vides con estampas que solo puedes ver cuando viajas a pie o en coche pero sin prisas. Parando donde puedas brindar con un buen vino de Burdeos.

Etapa 2: la Duna de Pilat

Duna de Pilat

Nos despedimos de San Juan de Luz con nubes grises que dejaban sobre sus casas una pátina que hacía más visible ese aire decadente que enamora a los más nostálgicos.

Impregnados de principios del siglo xx, nos encaminamos a la segunda etapa de nuestro tour. Íbamos con recuerdos de balneario, y pensé que tendría glamour desayunar en Biarritz, como la mismísima emperatriz Eugenia de Montijo.

Atasco, lluvia… se nos pasó Biarritz. Terminamos en un bar de carretera con un café y un croissant plastificado que nos costó 10 euros, eso sí, rodeados de dos operarios, uno pasando la aspiradora y otro colocando una televisión, tan poco diestro que se le escapó un arnés y aterrizó en nuestro zumo de pomelo (augurio de ardores). A las diez de la mañana: glamour enterrado. Finiquitado. Desaparecido.

Las Landas

Mientras escuchábamos en el coche Cadena 100—sí, Cadena 100—atravesamos la zona de Las Landas. Maravilloso. Mirar y respirar verde. Tras los cristales llueve y llueve y si sale el sol es porque nos tomamos un segundo café en uno de los pueblos con mas encanto de toda la zona: Lit et Mixe. Su iglesia, su mercadilllo, sus casas que parecen dibujadas (mitad vascas, mitad francesas), su estafeta y su glamour francés. Como nosotros mismos, que somos mochileros pero en un Infiniti y con sandalias de Michael Kors.

Iglesia

Iglesia

Iñaki y Toni

He vuelto a creer en el viaje de riesgo moderado. Sí, he vuelto a vivir lo imaginado y más cuando hemos llegado a la duna más grande de Europa, la Duna de Pylat: 60 millones cúbicos de arena en 87 hectáreas.

Subir, bajar, bañarte en el Atlántico, subir, pensar que ya no puedes ,que 2’7 kilómetros lineal en costa es mucho para la segunda edad… pero cuando ves el azul fundiéndose con el dorado de la arena descubres que el glamour de verdad está ahí, delante de tus ojos.

Duna de Pyla

Duna de Pilat

La maleta de Cano

Iñaki Cano

Muchos, durante mucho tiempo, quisieron ser La Maleta de Cano. Cuando la Selección también perdía, cuando Perico subía mejor que nadie y Armstrong era líder. Cuando el Madrid volvió a ser campeón de Europa. Y sobre todo, cuando Indurain llegaba a los Campos Eliseos.

Todos queríamos ir dentro de aquella maleta porque La Maleta de Cano ha viajado por todo el mundo, a veces a tantos lugares y tan deprisa que los recuerdos, las vivencias, son fotos de algún rincón, los sabores de todos los colores que se agolpan sin recordar dónde se sintieron. Eso sí, los compañeros de viaje a veces eran compañeros de un solo viaje.

Viajar sin prisa, saboreando los colores de cada kilómetro y el aire de cada esquina, era como la meta del Giro: alcanzable pero dura. Por ello se pone en movimiento la maleta. Se llena de camisetas, zapatillas y postales sin escribir. Un Tour de Francia sin bicicletas pero que lleva dentro los 12 Tours trabajados; que se va a disfrutar como el primero, pero con etapas libres en cada curva, en cada ciudad, en cada playa.

No hace falta nada más que un coche, la compañia adecuada, ganas de vivir y La Maleta de Cano.

Infitini