Portimao

Como si de una maleta de un deportista de alto nivel se tratara, La Maleta de Cano se ha abierto para guardar unas zapatillas de fútbol sala, una equipación del MovistarInter y se ha marchado a Portugal. Viajar con un grupo de profesionales del deporte no es moverte por el mundo a tu aire porque todo está mucho más encorsetado y controlado por el cuerpo técnico: hora de levantarse, desayunar, paseo, vídeo, entrenamiento, comida, siesta, merienda, partido, cena y a dormir. Y si viajas en el mismo vuelo, te trasladas con el equipo en el autocar de Vera y vives en el mismo hotel, estás incluido en los mismos derechos y también en las mismas obligaciones. Desde el primer momento me incluyeron como si fuera un jugador más, excusándome de los entrenamientos, en los que mi lugar estaba en la grada. En todos esos deberes, tu libertad turística está muy delimitada; aunque el cuerpo técnico te dé permiso para moverte a tu aire, no queda bien contar al grupo que te has comido un bacalao a la brasa con un buen ‘viño verde’ mientras ellos comían unos espaguetis con agua. No, eso no forma parte de mi educación, aunque ganas no me faltaron de hacerlo.

Mi viaje a Portimao con el mejor equipo del mundo de fútbol sala, el MovistarInter, me devolvió a mis tiempos de mal jugador de fútbol, cuando soñaba con ser internacional y llegar a Primera. Me quedé en el sueño. Los años posteriores a despertarme, mi profesión me llevó a estar una y otra vez concentrado como si fuera un jugador pero sin las restricciones de ellos. En Portimao pude ‘escaparme’ del hotel para conocer la ciudad donde se jugaba la Master Cup de fútbol sala.

Los que hemos visto imágenes de sus playas creíamos que el único atractivo de Portimao eran su arena y su mar. No. Tiene más y además está todo perfectamente diferenciado. Está la zona playera y está la ciudad, adonde los turistas de sombrilla y hamaca ni se acercan. Probablemente porque las playas están relativamente alejadas del centro y porque para bajar a la arena hay que caminar un poco más por los acantilados y escaleras, que te facilitan la llegada al mar y que te hace pensar mucho más en la hora de marcharse de la playa por los escalones que hay que subir hasta el apartamento o el hotel.

Las noches veraniegas en Portimao se reparten entre los locales de la playa y los chiringuitos y bares de la ciudad junto a la desembocadura del río Arade, que te permite disfrutar de sus vistas y sus puentes, y del tren que llega al centro de la ciudad, cruzando por encima del río.

La vista desde lo más alto de la playa de los Dos Castillos o de la popularísima Da Rocha es impresionantemente bella. Desde arriba lo que te apetece es bajar inmediatamente para pisar la finísima arena o para zambullirte en sus aguas. Las rocas que separan ambas playas te atraen para cruzar de una a la otra entrando en la roca, al mar y después de nuevo a la playa.

@SandritaFotera

En Portimao regresé a mi sueño de volver a ser jugador profesional mezclándome con profesionales como Ricardinho, Elisandro, Jesús Herrero, Dani, Gadeia, Alex, Borja, Pola, Bebe, Solano o Carlos Ortiz para hacer felices a los niños y niñas portimonenses con un nuevo evento de la Gira Megacracks pero ‘escapándome’ para hacer turismo por unas horas, que aproveché para darme cuenta los motivos que están convirtiendo a El Algarve en uno de los destinos turísticos del momento. Merece la pena visitarlo por su gastronomía, por la amabilidad de los portugueses y por sus playas de fina arena.

@SandritaFotera
@SandritaFotera

Punto y seguido

Pues ya está. Se terminó nuestro particular Tour por Francia. Hicimos un recorrido de 4.200 kilómetros disfrutando de cada rincón. Carreteras, caminos, subidas, bajadas, playas, montañas o la gigantesca duna de Pilat. Iglesias, catedrales, monumentos, castillos, torres de Eiffel o de cualquier otro… Todo, absolutamente todo, lo hemos disfrutado con la calma que te permite viajar a tu aire, sin prisas y sin una fecha obligada para alcanzar la meta en Madrid.

Salimos de las cuatro torres del Paseo de la Castellana con dirección a San Sebastián por la N-1 y con la idea de recorrer el mayor número de pueblos y ciudades de Francia. Después de deshacer la maleta en casa, creo que hemos conseguido lo inicialmente previsto. Incluso cuando íbamos en una dirección previamente marcada, gracias a ir en nuestro coche y a nuestro ritmo, nos hemos permitido el lujo de cambiar el rumbo porque en lontananza aparecía una torre de iglesia que podía ser digna de ver más de cerca. Unas veces mereció la pena y en otras… bueno, dejémoslo ahí.

Tras despedirnos del Toro de Osborne y comernos unas morcillas en Milagros (Burgos) nos fuimos a San Sebastián y desde allí, siempre por carreteras nacionales -obviando las autopistas-, llegamos a San Juan de Luz. Las Landas, Arcachón, La Duna de Pilat, Burdeos, La Rochelle, Les Sables de Olonne y Saint-Nazaire por el Atlántico. La Bretaña, con Saint-Malo. Normandía con Le Mont Saint Michel y Omaha Beach por el mar del Norte. Bajar por los pueblos del desembarco hasta llegar a París, donde después de patearnos algo más de 25 kilómetros por sus calles nos fuimos al centro de Francia para disfrutar del Loira y los Chateaus de Orleans, Tours, Blois, Bourgues y buscar el Mediodía francés a través del viaducto de Millau para alcanzar Juvignac, Montpellier, Béziers, Narbona, Perpignan y nuestra penúltima y emocionante etapa en Collioure para hacerle nuestro muy particular homenaje a ‘nuestro’ poeta, Antonio Machado.

Antes de buscar otra vez las cuatro torres de Madrid en el horizonte final, nos relajamos en las playas de Cambrils para tomar sol, mar Mediterráneo, aire y energías para la última etapa de nuestra vuelta a Francia. Y, al igual que ahora, en esos últimos 500 kilómetros @Una­­_De_50 y yo fuimos repasando todo o casi todo lo que hemos vivimos y disfrutado en estas etapas turísticas con lamaletadecano.com a rastras.

Os recomiendo que lo hagáis, por Francia o por donde os apetezca, porque si queréis, podéis. Hacedlo. Hacía mucho tiempo que Toni y yo no pasábamos tantas horas juntos y nos hemos compenetrado perfectamente. De ella es el mérito, sin duda alguna. Fue una idea interesante que se hizo realidad y de la que han salido otros viajes turísticos en el futuros si el cuerpo aguanta. Repetiremos por otros países o por España, que también nos daría para un ‘Tour’ bellísimo.

Queremos daros las gracias a tod@s los que os habéis acercado hasta este blog para interesaros por nuestro viaje. Gracias también a INFINITI (@infiniti_es) por dejarnos disfrutar del Q-30 que nos ha llevado y no nos ha dado nada más que alegrías por la ‘route’. A Discarlux (@discarlux @discarluxonline), Vino Arzuaga (@BodegasArzuaga), Sportyou.es (@SportYou), El Chiringuito de Jugones (@elchiringuitotv), CMGolf (@CMgolf_spain) y a El Mesón Fogón de Trifon (@ElFogondTrifon) por aceptar nuestra invitación a publicitarles en este blog y arriesgarse a apoyarnos sin coste alguno a este matrimonio que ha celebrado sus 37 años de casados encerrados en un coche por Francia durante 4.200 kilómetros. Gracias.

Por cierto, lamaletadecano.com no se despide con este viaje. Desde ahora en adelante y espero que durante muchos años más, estaremos contando aventuras viajeras nuestras o de nuestros amigos que así lo deseen y quieran contarlo aquí. Habrá entrevistas, vídeos, reportajes y todo lo que se nos vaya ocurriendo, siempre que tengan que ver con viajes muy lejanos o muy cercanos.

Etapa 9: los Châteaus del Valle del Loira

Después de disfrutar de París, de sus monumentos, sus edificios, de su río Sena y de sus palacios, teníamos que buscar en el camino de regreso a España algún emblemático lugar que inevitablemente estábamos obligados a visitar. Estaba claro que, si íbamos a entrar por la frontera catalana desde la Ciudad de La Luz, no íbamos a subir los Alpes para llegar después a la Costa Azul. Bajamos por lo tanto en busca de los Châteaus de Francia, y esos están en el Valle del Loira y en Blois.

Entre las ciudades de Orleans y Tours, comenzamos a ver palacios, castillos, castillazos y el inmenso Loira que da nombre al valle y a sus castillos, de obligada visita turística si quieres saber de qué manera tan descomunal y exagerada vivía la realeza, sus cortesanos y servidores. Aquello debió de ser de locos.

Blois es una ciudad medieval que, por su perfecta ubicación, a Juana de Arco le sirvió de base de operaciones ante la batalla de Orleans. Las casas que rodean el Château de Blois se levantan desde el río y defienden el palacio que mando construir Luis XII, en el que también los nazis hicieron barbaridades hasta que los americanos liberaron después de intensos bombardeos a los siempre sufridores vasallos de Blois.

Cruzar el Loira por su puente principal es ver Blois e imaginarse a sus nativos y los asedios que sufrieron mientras construían palacios o la Catedral de San Luis que se divisa majestuosa dominando todo el Valle del Loira. Desde allí poco a poco vimos más Châteaus y más ‘petit palacios’. A ambas orillas puedes encontrarte hasta dragones asomándose por las ventanas.

En cualquier recoveco del inmenso río puede sorprenderte un palacio o Castillo antes, dentro o después de gigantescos bosques que en aquellos siglos servían para que la corte no pasasen frío con su madera o no les faltase comida con la fauna que aún pude verse entre los árboles, por ejemplo, de Chambord.

Como dice la guía turística más importante, el Château du Chambord, compensa la visita por El Valle del Loira. Y, es verdad, porque es exageradamente impresionante; renacentista, mezclando formas tradicionales de la Edad Media con estructuras italianas que hace sospechar a los historiadores que Leonardo Da Vinci tuvo mucho que ver en su diseño. Se levantó el palacio porque al rey Francisco I no le gustaban las reformas que había realizado en el de Blois… qué cosas tenían los reyes de Francia, señor, qué cosas.

Tardaron 20 años (1919-1939) en construirlo y al rey, derrotado en una de sus guerras, cuando salió de la prisión en 1925 ya no le gustó vivir allí y se fue cerca de París. Abandonó Chambord y su Château, que ahora es Patrimonio de la humanidad. En cualquier caso, como dice @Una_De_50: “es muy bonito pero es una lata limpiar sus estancias…”

Desde allí y siguiendo el Loira son tantos los Castillos que te abruma tanta nobleza. torreones, patios, jardines, pabellones de caza, cuadras, ermitas, embarcaderos en el Loira para la realeza, cientos de chimeneas para calentar los palacios y retratos, miles de retratos de sus majestades, marqueses, condes y duques que en cada kilómetro del valle te recuerdan con sus carteles que puedes visitar el Château Cheverny, Valençay, Vendôme, Chenonceau, D’Usse o el de Lazenay…. ese, ese el Château de Lazenay fue nuestro palacio, donde dormimos en Bourges.

Otra ciudad medieval rodeada de castillos, palacios y presidida por una exagerada catedral de Saint-Étienne de estilo gótico que deslumbra por sus cinco pórticos de la gloria. Esta catedral es monumento histórico del patrimonio francés y está incluida en el Camino de Santiago.

Erigida en una plaza donde dicen que había un simple lugar de culto romano en la Galia, fue haciéndose más enorme según la iban construyendo porque les parecía que era más pequeña de lo normal. Quizás por eso aparenta y es exagerada con detalles renacentistas que ‘distraen’ su belleza. Hasta darla definitivamente por acabada, transcurrieron tres siglos y aún hoy siguen rematando la faena.

Del Valle del Loira hemos disfrutado de su río y de sus palacios pero especialmente del nuestro donde dormimos como… ¿Reyes? ¿Duques? ¿Condes? ¿Marqueses? Mejor como mochileros, tan agotados de tantos impresionantes Châteaus que caímos rendidos en el nuestro, que desde hoy ya no es de Lazenay sino el Château de la Maleta de Cano.

¡Oh la la, París!

París, qué intensa ciudad… ¿cuántas veces habré estado en la Ciudad de La Luz? Quizás 10, 15, 25… no lo sé y desde luego no voy a ponerme ahora a contarlas. Lo que sí es cierto es que nunca me había recibido como en este viaje con @Una_de_50. ¡Vaya tormenta de agua, rayos, truenos y granizo! Incluso con un recibimiento tan poco agradable, París es París. Aunque aseguro que esta ha sido la vez que más he disfrutado y seguramente la culpa la tiene mi compañera de viaje.

En París he vivido grandes momentos y también desilusiones, todas por culpa de mi trabajo excepto en esta última ocasión, que por devoción ha sida una visita fantástica. Sencilla y relajadamente fantástica. Nunca antes había podido pasear tan despacio por los Campos Elíseos ni ver los escaparates de la Rue Saint-Honoré. Eso sí, ni en las anteriores 30 ocasiones ni ahora he podido comprar nada de las tiendas de esa calle tan cara en la que desearías ser rico, pero rico de verdad para comprarte una blaisier de 800 euros. Es lo que tiene no ser millonario.

A lo que iba: parece que nada ha cambiado en París desde que estuve por primera vez. Incluso las estrecheces de sus terrazas callejeras donde te enteras más de las conversaciones de la mesa de al lado que de la tuya. Y si a mis vecinos de mesa les sucede lo mismo, se habrán enterado de casi todas mis anécdotas parisinas que he ido narrando sentado con Toni en el Café de la Ópera.

‘Gané’ el Tour por primera vez con Pedro Delgado. Fue maravilloso ver a los franceses morirse de envidia cuando volvieron a escuchar las notas del himno español. ¡Qué emoción! Después un vacío. Luego vino el reinado de Miguel Indurain: cinco vueltas seguidas a los Campos Elíseos y yo con el micrófono inalámbrico entrevistándole, casi ahogándome, porque él iba en bicicleta y yo corriendo a su lado.

En Paris he sido dos veces campeón de la Champions y otra de la Recopa. Nayim dejó al Arsenal con un palmo de narices gracias a aquel gol desde el medio campo, y a mí casi con el tobillo roto, al saltar desde la grada al césped del Parque de los Príncipes para entrevistar a Esnáider y compañía. Aquella noche en una taberna parisina casi no cenamos porque no sabían lo que era una ‘tortilla francesa’. Tiene narices la cosa, la inventan los monjes de Le Mont Saint-Michel y el chef de aquella taberna no lo sabía.

En Saint-Denis perdí con el Valencia pero gané con el Madrid una Champions y además de disfrutar de mi trabajo pude entrevistar a un ‘niño que andaba corriendo por el césped con la copa en la mano como si fuera un jugador más. Era Sergio García, el golfista, que se lo pasó genial, tanto o más que yo hasta que los sheriffs de la UEFA me bajaron del podio de los ganadores y me arrebataron ‘la orejona’ de mis manos. Y en ese mismo estadio con el Barcelona gané mi segunda Champions parisina; con Belletti, autor del gol de la victoria bajo el diluvio, arrodillándose frente a mí. Qué bonito fue.

París también fue testigo de uno de mis mayores errores profesionales, con la monarquía de por medio. En una de las fiestas por algún Tour de Indurain en la embajada de España estaba la entonces infanta Cristina de Borbón, a la que la pregunte si estaba en París por algún concurso hípico. Me miró de arriba abajo antes de responderme, cosa que hizo mientras comenzaba a darme su espalda: “No. Esa será mi hermana, yo navego”. Imagínense la cara que se me quedó. Y cara, cara debió de ser la cena que Mario Conde, entonces presidente de Banesto, dio a su equipo ciclista como homenaje en uno de los palacios de París. Aquel año Indurain había ganado el Giro y el Tour y don Mario tiró la casa por la ventana. Nos cenamos todo lo que La Dorada se había traído de España.

En París he vivido momentos inolvidables pero sin duda esta estancia será la de mejor recuerdo porque todo ha sido más pausado, sin las prisas por la noticia o los nervios por no tener al protagonista. En esta ocasión los protagonistas éramos nosotros. La noticia estaba en disfrutar del momento, de nuestros instantes de felicidad a la mitad de ‘nuestro Tour’. Y, pese a la tranquilidad, le hemos dado a la zapatilla para recorrer cada rincón de París. Hasta 22 kilómetros por los bulevares y ‘rues’ hemos andado en unas 35 horas de estancia, sin contar las millas de navegación por el Sena.

París sigue siendo París y su encanto se agranda cada vez que la vuelves, aunque hayas visto más de 30 veces el Arco del Triunfo o la Torre Eiffel. Cuando regresmos, porque así será, gritaremos de nuevo con admiración: “¡Oh la la, París!”

Etapa 8: Y de París… ¿qué?

¿Qué voy a decir? Si se han escrito miles de guías, de canciones, poemas, películas, novelas…

Se ha dicho todo en general. Lo que cada uno piensa o siente es ya otra cosa, pero yo no soy ni original, ni diferente, con lo cual: ¿qué digo de Paris? Lo obvio:

Que me sigue sorprendiendo la Torre Eiffel cuando asoma desde la esquina de Trocadero. La vuelvo a ver como la primera vez.

Que me encanta el bullicio del barrio latino y sentarme a cenar en una de sus terrazas y ver pasar a la gente, mientras me quemo con la fondue de roquefort.

Que me siento insignificante dentro el Sacré-Cœur y pequeña en Notre Dame.

Que reencontrarme con la Monalisa me produce el mismo latigazo de emoción que cuando se me plantó delante y la vi chiquita, brillante y luminosa.

Que pasear por Pigalle me abre la mente, aunque no quiera mirar tanto sexshop junto y que el cartel del Moulin Rouge me siga pareciendo pequeño y cutre.

Que el Sena me gusta con sus barcos y sobretodo con sus puentes… que como me gustan los puentes, me puedo hartar.

Que Versalles fue y será una exageración.

Que el metro sigue viejo y desde la ultima vez que vine tampoco lo han limpiado.

Que tomarme un ‘caffe gelato’ delante del edificio de la Ópera es un lujo en todos loa sentidos. Y que si hablamos de lujo, pasearme por Galerias Lafayette me encanta aunque no me compre nada porque colocarme debajo de esa cúpula de mil colores me basta.

Que me gusta lo mismo el Obelisco, el Arco del Triunfo que los carruseles y las norias parisinas.

Y que esta vez tampoco fui a cenar a Maxims.

Etapa 6: una de piratas en el Mont Saint-Michel y Sant-Malo

Si te gustan las películas de princesas prometidas, de anillos y sus señores dueños o de piratas, tienes que venir al Mont Saint-Michel y a la ciudad de Saint-Malo. Entre la Normandía del desembarco y la Bretaña costera de levantan estas dos maravillas dignas de ser visitadas.

Desde Rennes y antes de ‘piratear’ en Saint-Malo nos acercamos a la abadía más impresionante que jamás hemos visto, y ya son unas cuantas. Según te acercas a ese monte de San Miguel esperas al grandioso pero nunca lo que te sorprende a kilómetros de distancia entre maizales. Sencillamente alucinante. Te asusta pensar quiénes y por qué construyeron tan maravillosa obra. ¿Qué pretendían aquellos monjes cuando se las ingeniaron para recogerse a la meditación en este lugar?

No creo que aquellos monjes que homenajearon al arcángel San Miguel lo hicieran pensando que actualmente el lugar es uno de los más visitados de Francia, con más de tres millones de visitantes cada año. En medio de la nada, en medio del mar y en la desembocadura del río Couesnon, aparece la casa que bien pudiera ser el palacio de ‘La princesa prometida’ y la montaña donde escondieron el anillo de aquel señor tan extraño.

Le Mont Saint-Michel, patrimonio de la humanidad, me sorprendió cuando lo vi por primera vez en un Tour, hace ya al menos 30 años. Ahora con @Una_de_50 me ha gustado aún más porque ella, además de sentirse impresionada, se ha imaginado una noche de tormenta en la abadía y se ha asustado. Yo también me he visto incompetente para salvar a la princesa prometida y tampoco capaz de convertirme en Íñigo Montoya y vengar la muerte de mi padre. Da terror imaginártelo hace siglos y en una noche de truenos, relámpagos y centellas. Pero en estos tiempos deberíais montaros un viaje de aventuras para ver la magnitud de Le Mont Saint-Michel. Y después de salvar al mundo, deberíais ir a por los ‘piratas’ que intentar saltar las murallas de Saint-Malo.

Siempre que me hablan de algún viaje a Francia les recomiendo este amurallado fortín de la Bretaña, quizás porque yo fui y sigo siendo un poco pirata. A la princesa prometida que rescaté de la abadía la terminé de agasajar en el intramuros de Saint-Malo. Los nativos de lo que fue una isla y después Tierra ganada al mar, hartos de bretones y franceses, buscaron su lema que hice mío la primera vez que crucé una de sus puertas: “Ni francés ni bretón, que soy independiente malvino”.

Cuando recorres su muralla te imaginas las veces que los nativos tuvieron que defenderse de los acosos de salvajes que pretendieron quedarse con su ciudad. Desde la altura de esa muralla cada mirada es una fotografía y te imaginas una escena de corsarios bebiendo calvados e intentando después huir con algún botín robado. Es imposible no sentirte Jack Sparrow en ‘Piratas de Saint-Malo’.

Ver ahora la ciudad de Saint-Malo tan perfectamente conservada te lleva a imaginarte cómo la construyeron… pero no. Saint-Malo también tiene historia moderna y fue fortín nazi tras el desembarco en Normandía. Como los alemanes, bajo el mando del general Von Aulock, no se rendían, los americanos decidieron bombardearla con napalm y devastar la ciudad. Costó dos décadas reconstruirla.

Pero del desembarco de Normandía ya os contaremos otro día. Hoy os diré que Le Mont Saint-Michel y Saint-Malo son dos lugares que, como París, ‘vaut bien une messe’.

Así será nuestra ‘vuelta’ a Francia

El toro de Osborne

Ya estamos en ruta. Hace muchos años que quería volver a darme una ‘vuelta’ por Francia, esta vez con más calma que cuando disfrutaba informando y siguiendo al pelotón internacional, y en especial a los ciclistas españoles que ganaban el Tour. En aquellos días veía pasar los paisajes y no pude disfrutarlos.

Ahora saborearé cada metro y cada imagen que me ofrezcan los caminos que Toni Martínez Daimiel (@Una_de_50) y yo recorreremos por Francia, principalmente. Serán más de 4.000 kilómetros en 11 etapas desde Madrid en un coche con garantías: el Q-30 de INFINITI.

La primera, hoy, concluirá en San Juan de Luz. Pero antes, por supuesto, haremos una parada en ‘La Bella Easo’, San Sebastián. La segunda etapa nos llevará a las Landas francesas, con visita a Arcachon y la Duna de Pilat y final en Burdeos. Seguiremos subiendo por la costa atlántica disfrutando de La Rochelle y las playas de Les Sables d’Olonne. Para descansar hemos elegido Saint-Nazaire.

Cruzaremos el gigantesco e impresionante puente sobre el río Loira hacia la Bretaña. Estamos deseando llegar a Saint-Malo y ver la abadía dentro del mar de Le Mont Saint-Michel. Desde la Bretaña buscaremos Normandía y las playas del desembarco caminando por las arenas de Omaha Beach.

Toni y el toro de Osborne

Ir a Francia y no detenernos en Paris sería un gran error. Así que nos quedaremos en la capital y visitaremos Versalles antes de acercarnos al Valle del Loira y la ruta de los castillos. Desde Tours buscaremos la Costa Azul antes de rendir nuestros respetos al poeta Antonio Machado ante su tumba en Colliure.

La última etapa, ya en España, será desde Barcelona hasta la Puerta de Alcalá en Madrid, donde esperamos llegar en los primeros días de agosto.

Os lo iremos contando a través de nuestras redes sociales y de lamaletadecano.com, donde esperamos haceros sentir tanto como lo vamos a hacer Toni y yo.

Seguiremos informando…

Iñaki Cano y el Infiniti